Contra Sáchez (IV)
Emmanuel Rodriguez en “Público” Ctxt (2 de junio 2018)
Manual para hacer frente al nuevo gobierno (no apto para entusiastas)
Estamos
en uno de esos momentos en los que la máquina periodística
demuestra músculo. Es tiempo de superávit de interpretación, de
exceso de opinión. Probarse en estos momentos tiene algo de
redundante. Esperemos que no mucho.
Sánchez
llega a la Moncloa. Lo hace de forma del todo imprevista. Basta
colocarse 15 días atrás: Rajoy aprueba los presupuestos y se
dispone a apurar toda la legislatura. Lo hace por efecto de la larga
crisis de la democracia española —la crisis de régimen—. Crisis
compleja, en la que la indignación con respecto de la clase
política, el escándalo frente a su corrupción, es solo uno de los
elementos. Otro, también importante, es la permanente pugna dentro
de la clase política, las luchas intestinas dentro de las "élites",
las guerras cainitas que han llevado a los tribunales a algo más de
la mitad de los populares y a no pocos socialistas y cargos de IU.
Anotemos: la forma de lucha interna por el poder, especialmente en el
PP, es la puñalada trapera. La investigación judicial
anticorrupción tiene mucho de vendetta interna, de desorganización
del partido tras una crisis que ha hecho menguar las rentas políticas
(muchas propiamente corrupción) y lo ha dividido en facciones
enfrentadas. En un sentido real y concreto, el PP ha implosionado. Y
en el último salto, el PSOE se ha presentado como el turno posible,
el viejo turno, pues la otra opción eran unas elecciones óptimamente
dispuestas para una victoria de Ciudadanos.
Primera
conclusión. Frente al relevo en el gobierno, conviene huir de la
doble tentación de las izquierdas y las derechas en sus
versiones más convencionales. Lo que viene no es obviamente el
Frente Popular que arruinará España, la fuga de inversiones y las
políticas económicas desastrosas. Las trompetas de la Guerra Civil
no suenan por ninguna parte, por mucho que se hable de un gobierno
apoyado por la izquierda radical, los independentistas e incluso "la
ETA". El underground de derechas es genialmente divertido, pero
también harto bizarro. Pero lo que viene no es tampoco la
oportunidad de un gobierno de izquierdas o de renovación
democrática. El modelo portugués no vale para España; y eso que
estamos hablando de un país cuya recuperación es harto dudosa y
cuyo reformismo progresista se ha fundado en una increíble deflación
salarial y una burbuja turístico-inmobiliaria, que aquí nos
resultan también muy familiares.
En
otras palabras, el gobierno de Sánchez es un gobierno de orden. Un
gobierno "del turno" ante el desgaste de su viejo
adversario, destruido internamente y expuesto a la luz pública como
muestrario de los horrores del expolio público. Es además un
gobierno avalado por Europa. Lejos de la incierta situación
italiana, en la que Lega y Cinque Stelle prueban su mutua simpatía
entre xenofobia y antieuropeísmo, aquí se decide por la
continuidad: desde los presupuestos del PP hasta los dictados de la
Unión Europea. Esto es importante. El año pasado Montoro cumplió
por los pelos el déficit impuesto por la Comisión, cifrado en un 3
%. En este año se propone un 2,2 % , que puede suponer nueve mil
millones más en recortes. Y el año que viene, bajo tutela europea,
el estrechamiento podría ser mayor. Poco margen para programas
sociales, poca holgura para giros imprevistos.
La
coyuntura tampoco es favorable. Desde el crash bursátil de febrero
en EEUU, la guerra comercial chino-americana se ha ido desplazando
hasta convertirse en una guerra comercial contra la UE. El balanceo
entre el dólar y el petróleo, con la devaluación del primero y el
encarecimiento del segundo tienden a deteriorar la balanza comercial
española, al tiempo que han detenido el crecimiento de la economía
europea. Menos margen para el nuevo gobierno.
Además,
los cambios recientes en la dirección del Banco Central y la presión
alemana ya han logrado anunciar una retirada de la política de
Expansión Monetaria y han puesto fecha final al programa de compra
de bonos: diciembre. En lo que a España se refiere, una previsible
subida de tipos empujará al alza el coste de la deuda pública. Y
quizás desencadene una nueva oleada especulativa sobre los bonos,
tal y como se ha visto con el amago de estas semanas a raíz de la
situación italiana y el rápido aumento de la prima de riesgo de
ambos países. Todavía menos margen para el nuevo gobierno.
Y
aún podríamos considerar los efectos combinados de estos factores.
En el escenario menos óptimo, pero también harto probable, se
podría detener la reactivación del mercado inmobiliario, al tiempo
que se contrae el consumo público y privado, se empuja al alza el
paro y nos vemos de vuelta, en un plazo de 12 o 18 meses, a una
situación más parecida a la de 2009 que a la de 2017. No parece que
sea tan buen momento para un gobierno de izquierdas.
No
obstante, podemos intuir la estrategia del nuevo gobierno para
sortear con éxito este escenario. Del modo más obvio, se trataría
de regular los tiempos, aprovechar la todavía buena coyuntura, dejar
al PP tiempo para reorganizarse y vender algunos éxitos modestos. El
año que viene, se anunciarían elecciones en mejores condiciones, y
otra vez bajo la forma de un enfrentamiento PP-PSOE. Como casi
siempre ocurre con el PSOE, esta estrategia tendría que pasar por
una reedición de la "ceja" de Zapatero, esto es, "talante"
y derechos civiles, cultura progre y cierto relajo en la deriva
autoritaria de una parte de la judicatura. Y ¿en todo lo demás?,
pues, una perfecta continuidad con las políticas de Estado, cada vez
más determinadas por Bruselas.
Puede
que para muchos esto sea suficiente. Si consideramos la política
como una pantalla, como un juego estético, indudablemente es mejor
un gobierno que aparentemente no esté formado por una caterva de
ladrones, que detenga la deriva nacionalista y absurda que ha
convertido en "gran problema de Estado" la homóloga deriva
de las élites políticas catalanas, o que proponga toda clase de
guiños (casi siempre con efectos más cosméticos que reales) en
materia de memoria histórica, reconocimiento de minorías y derechos
civiles. Pero esta es la forma de la política democrática en tanto
escenario o teatro, en tanto representación empeñada en la
sustancial despolitización de lo que podemos considerar las viejas
materias de la gran política: la redistribución real del poder
político (y por ende de la forma del Estado) y de la riqueza (y por
ende de la forma de la economía).
Conviene
considerar también que Podemos no supone un cambio en la forma
teatral de la política, ni tampoco una suerte de control eficaz a la
gobernanza progre que nos propone el PSOE. Antes al contrario,
Podemos se va a situar a la izquierda en todas las guerras culturales
que se desaten de aquí a final de legislatura y va a azuzar en todas
la materias señaladas. Sin embargo, cuando se trate de plantear
alguna de las cuestiones duras que atañan a las grandes políticas
de Estado como la Unión Europea, la especialización de la economía
española o simplemente la necesidad de armar a una sociedad inerme y
desorganizada políticamente, difícilmente podrá ser más que otro
factor de orden. Así lo ha sido en lo que se refiere a la
organización de su área política, patente en la verticalización
del partido y su nula ausencia de democracia interna. No cabe esperar
que sea distinto si tiene responsabilidades de Estado.
No
obstante, la situación se puede plantear también desde otra
perspectiva. Y aquí quizás nos valgan palabra viejas, pero sólo si
sabemos emplearlas de un modo que no sea cerrilmente ideológico.
"Reformismo", vieja palabra, sirvió durante décadas como
peyorativo y despreciativo de la renuncia revolucionaria. También
sirvió, y por eso nos interesa, para nombrar a aquellos partidos de
la izquierda que, cada vez más encerrados en la lógica
institucional, propugnaban una gestión progresista en materias
irreformables. Curiosamente estos partidos practicaban unánimemente
la soberbia de Estado, en tanto entendían poco o mal que solo
mediante la organización de fuerzas sociales simétricas o mayores
que las inercias de lo que se quiere cambiar se podía obtener algún
éxito.
Hoy
podemos decir que tenemos un gobierno de orden, que va a jugar al
espejo del reformismo; en el caso de Podemos con toda su fuerza. La
cuestión no está en desvelar públicamente su "mentira".
Ésta, como sucedió con Zapatero, González y con todos los
gobiernos de la izquierda de este país (incluidos Carmena y Colau),
se acabará imponiendo como decepción o impotencia. La cuestión
está en construir una posición activa (de movimiento) capaz de
empujarles mas allá de sí mismos. Las materias de esta posición
están sobre la mesa: pensiones, control de la judicatura, libertad
de expresión sin excepciones, reforma del código penal (en un
sentido obviamente libertario), la agenda del 8M, inversión del
rescate bancario en políticas de vivienda, recuperación de los
sistemas de salud y educación frente a concertada y seguros
privados, y más allá: renta básica, control financiero y un nuevo
frente por la radical reforma de la Unión Europea. Materias todas
siempre prometidas y siempre postergadas.
Pero
la premisa de esta política (que considero la única posible)
consiste en cortar de raíz y desde hoy mismo con toda adhesión y
con toda ilusión respecto de un "cambio", que si delegamos
en ellos jamás se producirá. Como conspiradores cínicos frente a
la izquierda en el poder y respecto al voto que alguna vez pudimos
conceder, tenemos que empezar a elaborar un programa de conquistas
concretas que necesariamente supondrá plantearles oposición,
explotar sus contradicciones y obligarles a hacer aquello que
prometen, pero que nunca están dispuestos a llevar a cabo. Hoy la
situación está algo más abierta, pero solo a condición de que la
sepamos aprovechar.
Emmanuel Rodríguez
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